«La cultura que somos» , opinión por Esteban Beltrán Ulate, profesor universitario
Profesor universitario esbeltran@yandex.com
La cultura es el hábitat de lo humano, organizar la cultura es como pretender atrapar mariposas al vuelo, es como querer contar los aleteos de un colibrí. No obstante, más allá de la imposibilidad de objetivar y cosificar la dimensión cultural de lo humano, es imprescindible para todo Estado de derecho, construir los escenarios que permita la reproducción de manifestaciones culturales que potencien los principios constitutivos de la vida en comunidades, comprendiendo también en esto la relación con el entorno natural.
La cultura es el no decir que se oculta entre el decir de los pueblos, es el aroma que se cuela entre las rendijas de los gestos, es el gusto que queda tras la cucharada que se agota en el paladar, es la palabra que vibra incluso tiempo después de haber culminado su sonoridad, es la mano que deja su huella en la materia que ahora es artesanía. Pero también es sombra y huella, por eso la cultura se arrastra y se revela.
Ilusos son aquellos que pretenden administrar la cultura llevando a cabo festines, actividades que rinden culto al mercado de los objetos, o que se dedican a levantar iconos a partir de individuos que construyen simbólicamente día con día nuevas formas de discurso que trascienden lo llano, lo mundano. Con lo anterior no pretendo ser un hereje de actividades sociales que articulan bajo la denominada “economía naranja” mecanismos que incentiven el ingreso económico de ciertos grupos, pero quiero profundizar en el “más allá” de la cultura sin que quede condenada esta a un carácter de utilidad.
La cultura viene desde abajo, desde adentro, no está situada en una región específica, no está condenada a un calendario con fechas definidas. La cultura es un devenir, que debe se agitado, mapaeado y analizado. El Ministerio de Cultura debería ser más un Ministerio de Culturas, donde el impulso por lo intercultural sea la bandera multicolor que se eleve sobre un cielo para todos.
Nunca es tarde para un cambio de timón, pero más allá de esto, nunca es tarde para respirar la cultura que somos: diversa, diferente, pero también ausente y olvidada.
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